Leviatán

Cinta ganadora del Puma de Plata a Mejor Película en el FICUNAM 2013, Leviatán (Leviathan, Francia-GB-EU, 2012), segundo largometraje documental del inglés Lucien Castaing-Taylor (sólido debut Sweetgrass/2009 con Ilisa Barbash), dirigiendo aquí con la antropóloga y cineasta francesa Verena Paravel, es un filme de auténtica vanguardia. Una que tiene casi un siglo de antigüedad.
No es casual que muchos hayan recordando El Hombre de la Cámara (Vertov, 1929) al ver Leviatán, pues las imágenes con las que está construida esta película nos remiten, en efecto, a cine-ojo preconizado por Vertov, un cine que ve no solo mejor que el ojo humano, sino que ve cosas que nosotros no podemos ver. Pero Leviatán no solo nos recuerda a Vertov sino, en general, al cine abstracto-poético-vanguardista que proliferó en los años 20, una de las décadas claves en la historia no solo del cine sino de las artes plásticas en general.
Durante los primeros minutos de Leviatán no sabemos bien a bien en dónde estamos y qué estamos viendo: vemos colores, adivinamos formas, escuchamos sonidos. En algún momento aparecen gaviotas blanquísimas volando -o, más bien, flotando- en un fondo negro. Empezamos a entender: estamos siguiendo las tareas humanas y mecánicas en un barco pesquero -los créditos finales nos dicen que frente a las costas de New Bedford- a través de una mirada que, por la posición de la cámara, no puede ser humana. De hecho, Castaing-Taylor y Paravel usaron una decena de camaritas digitales GoPro que, por su tamaño, pueden ser usadas/colocadas en cualquier lado, en cualquier parte. 
Así, las cámaras de Leviatán se sumergen en el océano, acompañan a una red repleta de peces que son depositados en cubierta, capturan fragmentos de los pescadores eviscerando peces o abriendo almejas, atestiguan la cantidad de sanguinolentos desechos lanzados al mar, ven a un pájaro incapaz de subir una suerte de escalón, se confunde entre los peces muertos con sus enormes ojos saltados/saltones, toma las manos de unos trabajadores que destazan de manera experta una mantarraya... 
No es perceptible una agenda ecológica en la cinta pero lo que vemos nos puede llevar, irremediablemente, a reflexionar sobre la explotación que hacemos de los recursos de mar y de qué manera lo usamos como inabarcable basurero. En un ¿irónico? fair-play, en los créditos finales aparecen los nombres de los marineros que hemos -más o menos- visto y, también, los nombre científicos de las especies capturadas -por el hombre, por las redes, por las máquinas, por la cámara misma- a lo largo de la película.

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