Retrospectiva Luis Miñarro/I



El Muerto y Ser Feliz (España-Argentina-Francia, 2012), tercer largometraje de Javier Rebollo (Lo que Sé de Lola/2006, La Mujer sin Piano/2009), inicia con una dedicatoria directa a la Cinemateca uruguaya, que corona con el cameo clave del cinecrítico y programador uruguayo Jorge Jellinek, protagonista de La Vida Útil (Veiroj, 2010), ubicada precisamente en la Cinemateca de Uruguay. 
La dedicatoria de marras lleva jiribilla: no se trata solo de una señal amistosa a una institución cinefílica tan venerable como esa -o como nuestra Cineteca, por ejemplo- sino, oblicuamente, al cine en general. O, si usted quiere, al amor a un cierto tipo de cine en sus diversas fórmulas genéricas: la road-movie terminal/existencial, el thriller elíptico con sicario desencantado incluido, el film-noir con voz en off contradictoria/equívoca. 
Santos (José Sacristán) es un matón profesional de 75 años que, con un centenar de víctimas en su haber, está a punto de morirse. El tipo vive en Argentina -donde ha "trabajado" la mitad de su vida- y ahí morirá, lleno de tumores cancerosos (en el intestino, en el páncreas, en el cerebro) y ahogado por la culpa de no poder recordar, ni siquiera, el nombre de la primera persona que asesinó. El viejo, pues, sale del hospital de donde lo han desahuciado y, después de echar a perder un último encargo, se sube a un Ford Falcon de los años 70 con su dotación necesaria de morfina y toma la carretera sin un rumbo fijo. En una gasolinera, Erika (Roxana Blanco), que "no parece la chica de una película", se sube a su auto y le pide salir de ahí de inmediato. El giro argumental es tan convencional como efectivo: en el resto de la película, Santos y Erika negociarán una relación entre la amistad, la mutua dependencia e, inevitablemente, un torcido sentimiento paterno-filial.
El guión, firmado por el propio cineasta en colaboración con Lola Mayo y Salvador Roselli, arrastra algunos diálogos demasiado literarios y toda la premisa, de hecho, podría haber desembocado en un sentimentalismo gerontofílico, pero la puesta en imágenes de Rebollo -foto de Santiago Racaj-, el intachable trabajo de sus dos actores protagónicos y la distanciada/irónica voz en off narrativa (masculina del propio Rebollo, femenina de la coguionista Lola Mayo) ayudan a que la película termine resultando mucho más satisfactoria de lo que podría parecer al leer la sinopsis. 

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