Morelia 2014/V



Si la sección de largometraje mexicano de ficción ha sido más bien floja, el documental nacional puede presumir, por lo menos en mi experiencia, un mejor promedio de bateo. Curiosamente, tres de los varios documentales mexicanos vistos recientemente en Morelia, tratan sobre la memoria y los recuerdos. 
En Sporen: Huellas (México-Holanda, 2014), mediometraje documental dirigido a cuatro manos por el mexicano Diego Gutiérrez (espléndido largometraje documental Partes de una Familia/2012) y el israelí avecindado en Holanda Danniel Danniel, la muerte de un fotógrafo, Peter Kieft, le sirve de pretexto al par de cineastas para explorar la vida de ese hombre a través de los objetos que dejó en su departamento y que, en algunos días, serán recogidos por el municipio, pues al parecer Kieft no tiene un solo familiar que reclame esas posesiones. Media docena de personas hurgan en fotos, vídeos, objetos y comparten sus reflexiones sobre la vida y la muerte -la de Kieft, la de ellos mismos- frente a cámara. En la banda sonora se escucha de principio a fin el ominoso tic-tac de un reloj, marcando el implacable paso del tiempo. 
Mucho más logrado me parece el ensayo fílmico sobre los recuerdos, la memoria y el paso del tiempo que es La Danza del Hipocampo (México, 2014), de Gabriela Domínguez Ruvalcaba. A través de fotografías y películas caseras de distintos formatos (de Súper 8 a digital pasando por VHS), la directora explora no solo sus propios recuerdos, sino el pasado familiar, antes de que ella naciera, en San Cristóbal de la Casas.
Así pues, examina los orígenes de la mitad de su familia, en Durango, desde los antiquísimos Súper 8 tomados o rescatadados por su "alma gemela", el obseso por la imagen Tío Beto, hasta llegar a los propios vídeos que ella misma tomó en los primeros días de enero de 1994, en pleno levantamiento zapatista. Las preguntas planteadas en off por Domínguez al inicio de su filme (¿Pasa el pasado? ¿A dónde se va lo que se fue? ¿Por qué recordamos?) le sirve de pretexto a la directora para construir un fascinante ensayo verbal/visual sobre el funcionamiento del cerebro y de lo (poco) que sabemos acerca del proceso de recordar.
La cineasta elige siete momentos claves de su vida y se sumerge en esos recuerdos -que si un legendario columpio hecho por su papá, que si el trabajo en los estudios de cine de Durango del Tío Beto, que si el primer beso que le supo a fresa- aunque, al final de cuentas, no sabrá si todo esos son recuerdos reales o construidos en su imaginación. Un ensayo que termina con el mejor dictum vitalista posible: para poder recordar, hay que vivir. Solo viviendo se mantiene la memoria. Y no todos los recuerdos tienen que pasar por el lente de una cámara.
Otro documental sobre los recuerdos es El Silencio de la Princesa (México, 2014), opera prima documental del michoacano Manuel Cañibe. La cinta está centrada en Diana Mariscal (1949-2013), una actriz y cantante que tuvo sus momentos de fama en los años 60, al actuar en algunas cintas juveniles al lado de Enrique Guzmán y al presentarse en algunos programas de televisión, aunque su "inmortalidad" -las comillas son mías, que conste- llegaría al convertirse en la protagonista de Fando y Lis (1968), la opera prima de culto de Alejandro Jodorowsky.
Una docena de amigos, familiares y colegas de esa época -desde su extrovertido hermano Héctor hasta Ignacio López Tarso, pasando por el especialista Oscar Sarquiz, Ella Laboriel o Sergio Kleiner- nos comparten sus recuerdos de Mariscal, una guapisima mujer con cara, voz y modales de niña que desde muy pequeña mostró que era diferente, no solo por la influencia de su madre pintora/bohemia, sino por los inicios de una enfermedad mental que la llevaría a retirarse tempranamente, poco después del estreno de Fando y Lis
A través de una capciosa selección de imágenes de archivo, bien alternadas con las muy articuladas cabezas parlantes -edición del propio cineasta en colaboración con otras tres personas-, Cañibe nos entrega no solo el retrato indirecto de esa fugaz estrella del cine, la televisión y el teatro mexicanos, sino también la crónica de una época y, especialmente, las huellas que Diana Mariscal dejó en todos aquellos que conoció, especialmente en su fiel y dedicado hermano Héctor. El mejor documental que he visto hasta el momento en Morelia 2014. 

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