Investigación de un Ciudadano Libre de Toda Sospecha



Acusaciones de complots a diestra y siniestra; un empresario corrupto afirma haber repartido dinero a candidatos muertos y vivos; un político poderoso caído en desgracia da concurridas conferencias de prensa sólo para declarar que se retira de la actividad pública; una de las compañías televisoras más importantes del país coquetea claramente con el golpismo más histérico; quien quiera puede acusar a todos de todo, desde asesinar a un cardenal hasta estar detrás de un paro estudiantil, pasando por las innumerable intervenciones telefónicas; el Presidente de la República contrata a un chalán para que lo exonere de un cargo de corrupción; una empresaria acusa a la esposa de un periodista de extorsión; periodistas son asesinados un día sí y otro también; el más poderoso jefe del hampa mundial se escapa de la prisión de más "alta seguridad"... 
Pareciera que en México, en los últimos 20 años, hemos estado dedicados, con enjundia digna de mejor causa, a escribir el guión colectivo del más terrible, consternante y realista thriller político de todos los tiempos. Frente a esta realidad, incluso un clásico del cine político italiano de los años 70 como Investigación de un Ciudadano Libre de Toda Sospecha (Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto, Italia, 70), parece comedia costumbrista.
El Jefe de la División de Homicidios asesina con toda premeditación a su amante, mientras es ascendido a Jefe de Inteligencia de Estado. Este autoritario policía sin nombre (espléndidamente encarnado por Gian María Volonté) deja conscientemente evidencias acusadoras regadas al pasto y, de hecho, termina confesando su crimen al poderoso Sr. Ministro. Obviamente, no pasa nada (¿dónde hemos visto esto?), y el policía es obligado a confesar... pero su inocencia.
Ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera en 1971, Investigación de un Ciudadano Libre de Toda Sospecha, dirigida por Elio Petri, es una cáustica sátira sobre el poder y el ejercicio del mismo, centrándose en la personalidad y en las actividades de un ultrafascista jefe policial que comete un crimen y espera paciente e inútilmente ser capturado. No hay nada de heroico en el comportamiento del influyente cuico: el juego que lleva a cabo este anónimo policía lo hace para encontrar el castigo y así expiar los pecados cometidos por una sociedad “enferma de democracia”, sociedad que “añora” la mano dura de gente como él, un recto y duro servidor público.
Una demoledora alegoría, tan divertida como inteligente, de un Estado fascista o a punto de convertirse en él. No estaría mal echarle un vistazo para constatar las similitudes entre esta sociedad retratada en la pantalla grande y la que vivimos y sufrimos todos los días a nuestro alrededor.

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