Historias de Caballos y Hombres



Historias de Caballos y Hombres (Hross í oss, Islandia-Alemania, 2013), opera prima del actor convertido en cineasta Benedikt Erlingsson, podría haberse llamado Historias de Hombres Vistas por Caballos, pues a lo largo de todo el filme la cámara vuelve una y otra vez a los ojos de los cuacos -apacibles o indomables, explotados o consentidos-, en los que vemos reflejados a sus respectivos jinetes/dueños/amos, sea algún egocéntrico soltero de edad madura (Ingvar Eggert Sigurdsson) que se siente el héroe-de-la-película-papá cada vez que cabalga en su preciosa yegua blanca, sea una urgida divorciada o viuda (Charlotte Boving) que castiga desproporcionadamente a su brioso semental negro por haberle echado a perder su cita romántica, sea un inmigrante ¿colombiano? (Juan Camilo Román Estrada) que sobrevive una tormenta de nieve sacrificando a su caballo al modo de El Imperio Contraataca (Kershner, 1980), sea una guapa jinete sueca (Sigridur María Egilsdóttir) que sabe cómo domar a cualquier equino que tenga enfrente, sea un desesperado borrachales (Steinn Armann) que monta un caballo para, encima de él, ir a nado a comprarles vodka a los marineros de cierto barco ruso que pasa cerca de la costa, sea... En fin.
Todos estos episodios -y otros más- se van conectando a través de esos grandes acercamientos a los ojos de estos nobles animales, usados (in)dignamente por una galería de seres humanos torpes, egoístas, insensatos pero, también, generosos, abiertos y simpáticos, porque Historias de Caballos y Hombres no es tanto la crónica de la victimización de los equinos a manos de los seres humanos sino la fusión de los dos, las bestias y los hombres, teniendo como telón de fondo esos abiertos paisajes semipolares ubicados en algún lugar de esa remota y exótica Islandia, fotografiados funcionalmente por Bergsteinn Björgúlfsson.
El haz de historias entrelazadas y escritas por el propio cineasta pasan de la comedia romántica madurona a la tragedia rural casi rulfiana, de la historia de amor en ciernes al emocionante drama de sobrevivencia, culminando todas ellas en una festiva reunión de humanos y cuacos, en la que unos y otros caminan, reconociéndose, en el interior de un corral. 
Los hombres y mujeres de este filme usan a sus animales para lograr objetivos que pueden ser estúpidos o egoístas, pero también lo hacen para vivir o amar, hasta llegar, incluso, a convertirse en versiones humanas de sus propias bestias. Así pues, en una escena clave hacia el final, cierta pareja terminará copulando, feliz de la vida, a cielo abierto y sin tapujos, rodeada por esa inabarcable naturaleza, casi relinchando de placer. Ah, qué bonitas son estas bestias. Aunque a veces sean ingobernables. 

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