Su Día de Suerte



Así Paga el Diablo (1940), opera prima de Preston Sturges, se estrenó en agosto de 1940 con buen éxito de crítica y de público. Para entonces, Sturges ya había terminado de rodar su segunda película, Su Día de Suerte (Christmas in July, EU, 1940), que se exhibiría en octubre de ese mismo año. Curiosamente, este segundo largometraje no llamó tanto la atención, acaso por su duración tan modesta de apenas 67 minutos.
En todo caso, a diferencia de Así Paga el Diablo, en Su Día de Suerte ya vemos a un Sturges más preocupado por la puesta en imágenes y no solamente por la viveza de los diálogos o la ironía de las vueltas de tuerca argumentales. En este filme, pues, vemos a un cineasta ya en plena formación.
Jimmy MacDonald (Dick Powell) vive en el East Side neoyorkino, gana 22 dólares a la semana y no tiene con qué ofrecerle matrimonio a su novia, vecina y compañera de trabajo Betty (Ellen Drew). Jimmy, sin embargo, no pierde la esperanza: en cada concurso que se abre, él participa, con la lógica que si pierde en una competencia, en la próxima tendrá más oportunidad por simple ley de probabilidades. Cierta noche, Jimmy y Betty -junto a millones de americanos- esperan escuchar por radio el nombre del ganador de un concurso para dotar de un eslogan al café Maxford. Jimmy cree que su frase ("Si el sueño de noche no llama/no es el café, es la cama") será la ganadora, pero el jurado, presidido por el terco Bildocker (el habitual de Sturges, William Demarest), no llega a ningún consenso, así que el premio de 25 mil dólares tendrá que esperar. 
Viendo la desesperación de Jimmy, tres compañeros del trabajo le juegan una broma que ellos creen inocente: falsifican un telegrama por el que le anuncian que ha ganado el concurso con todo y sus 25 mil dólares. Cuando los colegas de Jimmy quieren decirle que todo ha sido puro cotorreo ya es demasiado tarde: el dueño de la compañía en la que trabaja Jimmy, Mr. Baxter (Ernest Truex), lo felicita, lo asciende y le da una oficina privada; Jimmy y Betty van a cobrar el cheque a la Maxford House Coffee Company y pasan luego a vaciar una lujosa tienda que vende a crédito; llenan varios taxis repletos de regalos y se dirigen al pobretón barrio de inmigrantes en donde viven para repartir juguetes, muebles y ropa a todos los vecinos. 
Por supuesto, cuando la película ha llegado a estos momentos, las risas provocadas por esta directa sátira del capitalismo y el consumismo americanos empiezan a mezclarse con un sentimiento de inminencia trágica. ¿En qué momento el Dr. Maxford (formidable Raymond Walburn) se dará cuenta que le dio el cheque de 25 mil dólares a la persona equivocada? ¿Qué pasará cuando el dueño de la tienda departamental Shindel (Alexander Carr) reciba la llamada respectiva avisándole que ese cheque no es válido? ¿Qué sucederá con la gente del barrio -incluyendo a esa niñita inválida que abrazó con ojos llorosos su muñeca nuevecita- cuando se entere que Jimmy no ha ganado ningún concurso? ¿Y qué pasará con Jimmy y Betty, que ya se veían felices, casados, viviendo en un penthouse? 
El suspenso es mayúsculo: el espectador sabe mucho más que todos los personajes de la película y la comedia empieza a doler un poco. Sin duda, hay mucho de insensatez en esta orgía consumista en la que participan Jimmy y Betty, pero ¿realmente podemos culparlos? En la mañana eran un par de oficinistas condenados a aceptar su propia mediocridad y en la tarde tienen un futuro promisorio, por más que este haya llegado a través de un triunfo que en cualquier momento resultará ser falso.
Tengo la sensación que Sturges no quiso llegar hasta las últimas consecuencias de su planteamiento: que el triunfo no es meritocrático, que hay que abrazar la mediocridad y verla como éxito -como aconseja en cierto monólogo el jefe de piso Mr. Waterbury (Harry Hayden)-, que la felicidad es efímera en este mundo matraca en el que vivimos... Acaso porque sabía que había ido demasiado lejos, Sturges le otorga a sus personajes un arbitrario final feliz que, eso sí, en la mejor tradición del cineasta, no dejar de ser irónico.
Visualmente hablando, apuntaba antes, Sturges se muestra aquí como un cineasta más completo: esa toma de la oficina llena de escritorios con empleados haciendo la misma tarea repetida (algo que nos remite a imágenes similares de El Apartamento/Wilder/1960 o Brasil/Gilliam/1985); la notable secuencia inicial en la que vemos a la variopinta sociedad americana escuchar la radio, unida por el mismo sueño de salir de la pobreza; la manivela de cierto sofá-cama que se cae de la misma forma que se han derrumbado los sueños de Jimmy; el gato negro que se atraviesa una y otra vez y que aparece en la última imagen de la cinta, señalando la mala/buena suerte de Jimmy y Betty... Y de todos nosotros, por añadidura.  

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